¿HACIA UNA SOCIEDAD SIN ANCLA?
No es fortuito que en los recientes años la sociedad enfrente un conjunto de retos de carácter geopolítico, ecológico, sociocultural y económicos. Nos encontramos en un crisol en el que confluyen fuerzas de diversa naturaleza y que afectan en forma sistémica el modus operandi del orden social. Esta confluencia ha dado lugar al surgimiento de un entorno altamente dinámico y complejo que se ha construido mediante la interacción de tales fuerzas. En el escenario actual se observan “procesos de integración” en los cuales la nobleza del ser humano y los esfuerzos por lograr el bienestar y progreso social son evidentes (importantes avances científicos, avance de la mujer en varios frentes, desarrollos en salud, etc.). Al mismo tiempo operan otros “procesos de desintegración” (incremento de narcotráfico, corrupción institucional, degradación del medio ambiente, desigualdades diversas, etc.). Ambos procesos son interdependientes y afectan considerablemente nuestras prioridades y maneras de como vemos el mundo y como nos desarrollamos en él. El entorno actual es pues desafiante cuando particularmente lo proyectamos al futuro de las nuevas generaciones y a la conformación de una sociedad más justa y asequible. Tal parece que la sociedad, en forma de metáfora, se encuentra en su trayecto hacia la madurez en su etapa de adolescencia con grandes potenciales e ideales para contribuir al avance de la humanidad, pero al mismo tiempo experimentando retos sobre su identidad, anhelos y expectativas. En esta encrucijada, el papel de la tecnología, en específico el de las tecnologías digitales emergentes (neurotecnología, inteligencia artificial, metaverso, vida sintética, por mencionar las más importantes) es significativamente relevante.
En el devenir de los fenómenos anteriormente expuestos y considerando la relación simbiótica que la tecnología y la sociedad han jugado históricamente en el desarrollo humano, nos encontramos en un punto de quiebre de enormes y profundas consecuencias en el curso y marcha de la interacción social. Ya de por sí las recientes décadas han atestiguado cómo el internet y las redes sociales digitales han transformado la manera en la que accedemos a la información, establecemos relaciones humanas y aprendemos. Ahora, debido al inexorable embate de las tecnologías digitales emergentes, la sociedad esta acercándose al umbral de un nuevo orden de interacción social estratégicamente impuesto y deliberado de parte de un sistema digital (digisistema) compuesto principalmente por proveedores y desarrolladores de tecnología hegemónicos, organizaciones financieras de gran influencia global, empresas de consultoría y agencias de marketing y lobbying. La participación de estos agentes, cuya prioridad es el mercado y la rentabilidad, ha logrado en corto tiempo y de manera orquestada colocar a la inteligencia artificial en un pedestal sobresaliente y la esperanza de forjar un futuro basado en aumentar nuestras capacidades cognitivas causando en el imaginario colectivo admiración, perplejidad y al mismo tiempo, preocupación por la magnitud y alcance de las aplicaciones desplegadas. Es tal la velocidad con la que aparecen aplicaciones deslumbrantes como ChatGPT4o y Gemini que las estrategias de regulación disponibles y en proceso de preparación no se dan a vasto para contener la imparable ola de productos informáticos que pretenden eficientizar, agilizar y optimizar las decisiones y el quehacer humano en prácticamente todas las áreas del conocimiento.
Como se mencionó anteriormente, desde su génesis, la tecnología y su apropiación han afectado de alguna manera la interacción social, ahora la digitalización desenfrenada se extiende y permea el tejido social en varias aristas. En la vorágine actual con la aparición de killer applications no se considera prioritaria la reflexión sobre las implicaciones y consecuencias deseables o indeseables de tales productos en la gente, en las comunidades o instituciones. Es decir, no se profundiza sobre el impacto de las aplicaciones en forma integral y en términos amplios, la prioridad es de carácter financiero y el éxito en los mercados globales. Prueba del anterior argumento es, por un lado, que las empresas hegemónicas digitales (Open AI, Nvidia, Microsoft, Apple, Meta, Amazon, etc.) privilegian el proceso de innovación a costa de minimizar los aspectos éticos y regulatorios y sus posibles efectos no previsibles (véase NYTimes, DealBook, 20 de mayo de 2024; The Atlantic, 21 de mayo de 2024). Por otro lado, ante la fragmentación y desencuentros geopolíticos y comerciales, se busca de cualquier modo lograr el liderazgo digital y mantener a potenciales adversarios tecnológicos “bajo control”. Prueba de lo anterior, es la reciente declaración del Senado norteamericano de no limitar, por alguna razón regulatoria, las innovaciones que fortalezcan el poderío de sus empresas tecnológicas. (Véase Fortune, Eye on AI, 17 de mayo de 2024).
Ante el nuevo ciclo de interacción humana–tecnología en ciernes, sin entender las implicaciones morales y espirituales que esto trae consigo, se requieren nuevas narrativas y propuestas, más que sólo críticas o ansiedad sobre el surgimiento de agentes algorítmicos que afectarán no sólo nuestra comunicación, sino también el futuro del trabajo y el trabajo del futuro y los procesos de organización individual, colectiva e institucional. Dada la complejidad de la inteligencia artificial, su desarrollo y predicciones sobre la naturaleza, impacto y poder de sus productos, se encuentra en manos de “expertos” y empresas que moldean el rumbo de su apropiación social. Los gobiernos y agencias de la sociedad civil buscan incidir sobre el rumbo a seguir para el beneficio de la población, sin embargo, el “gran peso” de determinar el futuro de la inteligencia artificial está en manos del digisistema.
Sin un sistema regulatorio sólido y un marco de referencia ético, la sociedad se encuentra a merced de los dictados de un mercado potencial sediento de aplicaciones glamorosas y cautivadoras que tienden a colocarnos –lo necesitemos o no– “prótesis cognitivas” orientadas a incrementar nuestra dependencia de máquinas y agentes algorítmicos que proporcionan a las empresas digitales mayor control de nuestros quehaceres y funciones de la vida diaria.
¿Hacia donde nos refugiamos de tan incesantes presiones?
¿A qué instancias volteamos para solicitar apoyo?
¿Existen alternativas de un futuro más humano y centrado en el bienestar físico, intelectual y espiritual de las nuevas generaciones?
¿Qué nos puede dar esperanza sobre un futuro más promisorio de unidad en diversidad, justicia, eliminación de prejuicios, búsqueda independiente de la verdad y educación integral para todas y todos?
La propuesta la pongo en la mesa: Considero que es imprescindible anclarnos en nuestra naturaleza espiritual, en la esperanza de un futuro más humano, en la educación, en la filosofía y el arte. De aquí parten las contribuciones tecnológicas con valor ético, moral y humano. No parten de la excesiva presión por dominar mercados y mantener bajo control a oponentes tecnológicos en la batalla global de la competitividad y poder geopolítico. Esa es, en mi modesta perspectiva, el ancla que debemos aprovechar antes que los vientos y corrientes del actual entorno nos arrastren o antes que agentes y máquinas sean entrenadas para intentar mostrar más bondad que los humanos.